viernes, 14 de julio de 2017

EL SUEÑO DE JESÚS SOBRE NUESTRA PATRIA

"Hagan lo que él les diga"  (Jn 2, 5)

Celebramos en este mes a Nuestra señora del carmen, Madre y Patrona de Chile. 

Será bueno echar un vistazo a la historia de Chile, hecha de tantas paginas heroicas que nos llenan de admiración y otras en las que descubrimos el dolor, la marginación de este pueblo que camina con tantas pobrezas en su mochila. Por eso su ternura de madre está tan presente en el corazón de este pueblo. Si ella es nuestra Madre: ("Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19, 26). Es obvio que ella está siempre atenta y preocupada. Nos dice hoy, como a los sirvientes de las bodas de Caná: "hagan lo que él les diga" (Jn 2, 5)... No es difícil descubrir SU SUEÑO ni tampoco por qué está María intercediendo por nosotros: Les falta el vino de la alegría, el pan de la reconciliación, la solidaridad y la justicia... y tantas y tantas cosas más. 

I. ¿Cuál es el sueño de Jesús, el Señor de la historia, para nuestro país? 

Oigamos lo que nos dice el corazón: 

        Sueño en una patria grande más solidaria y fraterna, donde no se compita a zarpazos sino que se comparta como hermanos donde los que poseen más apoyen estructuras más justas, que creen una mayor igualdad, para que haya crecimiento con equidad.

           Sueño en un país donde se fortalezca cada vez más las conductas de modestia, de solidaridad, de justicia y equidad, y se rechacen, en cambio, el talante individualista, la competitividad desenfrenada, la existencia de una cultura del consumo sin frontera y todo alarde de ostentación, de exitismo y apariencia. Todo esto rompe nuestra convivencia social, ensancha nuestras diferencias y crea un clima de resentimiento y potencial violencia.

      Sueño en un país donde se destierren los egoísmos y ambiciones para que se convierta en una buena tierra buena y solidaria, donde todos quepan y ninguno estorbe, donde nadie dé rodeos cómodos y egoístas como el levita y el sacerdote de la parábola del Buen Samaritano, aquel hombre despojado y golpeado sin piedad (Lc 10, 25-37). 

     Sueño en una patria grande y buena, donde todos vivan con dignidad, sean respetados y valorados, donde cada niño tenga una escuela, cada enfermo un hospital, cada trabajador un salario estable, justo y digno que le permita alimentar a su familia, educar a sus hijos y gozar entre los suyos de la intimidad, el afecto y el descanso que se merece, sin que nadie tenga que emigrar en busca de pan y seguridad con resultados inciertos y con frecuencia dolorosos por el desarraigo.

    Sueño en que todos los empresarios del país, sean lúcidos, creativos y emprendedores, para que sus empresas se agranden para bien del país, de sus obreros y el suyo propio, y donde sus trabajadores sean tratados con cercanía y respeto, pero sean también ellos responsables y comprometidos. 

      Sueño en un Chile donde nadie -incluidos los pueblos autóctonos e indígenas- se sienta excluido ni marginado, donde todos tengan voz y voto en la elaboración de un proyecto común y colectivo de país, en el que nadie quede al margen de la fiesta de la vida y todos sean invitados a servir, a disfrutar y a compartir. 

      Sueño en una patria buena en la que no germine el desencanto, la frustración, la insolidaridad, la mentira, la corrupción y la violencia, donde la preocupación de unos sea defenderse de los otros, donde cada uno pueda respirar tranquilo y la seguridad de todos no se vea amenazada por la violencia de unos pocos.  

         Sueño en que cada familia sea un "hogar", es decir, un espacio abierto a la ternura, al dialogo, a las preocupaciones compartidas, a la alegría de convivir en la intimidad, el respeto y la admiración del otro. 

        Sueño en una patria donde los padres no se cansen de estar juntos, de dialogar sin prisas, donde se respeten, se sonrían y se besen a solas y ante sus hijos y jamas lleguen a rupturas insalvables que crean soledad y sufrimiento intolerable.  

     Sueño en una juventud con la mirada abierta, la mano extendida en gesto de solidaridad la sonrisa fresca en los labios y el corazón solidario y comprometido con toda causa digna y justa. Sueño en una juventud que rechaza el temor paralizante ante lo nuevo, la superficialidad del amor, el desencanto frente a las dificultades y lucha con pasión por la justicia, la libertad y la reconciliación. Sueño en una juventud que no se contente con destruir lo que estorba sino que tenga el coraje de construir lo que falta. 

      Sueño que los mayores descubramos y acojamos los lugares de encuentro de nuestros jóvenes, sus deseos y rechazos, sus apuestas de futuro, sus grandezas y limitaciones, sus entornos familiares de ocio, de estudios, de trabajo, de fiestas, de su vida afectiva dañada y, a veces, sobre protegida... Sueño en que los comprendamos y los ayudemos a encauzar la energía que les bulle dentro a borbotones, en un trabajo que les permita mirar al mundo con esperanza y al horizonte despejado en que puedan encontrar trabajo para realizarse y servir a su país. 

      Sueño en que esta tierra entrañable y acogedora descubrirá, cada vez más, admirada y agradecida, la dignidad y la misión de la mujer con su peculiar e invalorable aporte a la intuición, afectividad, capacidad de generar vida y cuidarla, ser alma de nuestra sociedad, aveces tan dura e inmisericorde. 

          Sueño en que nuestros políticos y hombres públicos miren lejos para descubrir y comprometerse en el bien común y no se queden miope mente en el bien de su tienda política o en intereses particulares. Sueño que sean personas de talante ético y con pasión por la justicia social, que sean respetuosos de las legitimas discrepancias y que estén abiertos a toda propuesta constructiva, venga de donde sea. Sueño que sean personas de recias convicciones democráticas y piensen con realismo en el bien del país. Sueño que no quieran traer siempre el agua a su molino, con o si todos los bienes vinieran por ellos y todos los males de los otros. En una palabra, sueño en personas honestas, justas, libres y solidarias que no quieren servirse de los otros sino servir a todos porque esa es la vocación del político. 

          Sueño en una Iglesia que se levadura de Dios para la historia, que sea comprensiva, acogedora y fraterna, apasionada por Jesucristo y la humanidad, inserta en el mundo que le toca vivir, solidaria, con todas las inquietudes y esperanzas de los hombres y mujeres, que acoja a todos con misericordia, especialmente a los más empobrecidos y marginados, y sirva a todos con sencillez, con entrega y alegría, que con su vida más que con su palabra nos anuncie la Buena Noticia, de que todos somos hijos de Dios y, por lo tanto, hermanos y denuncie con valentía cualquier atropello a los derechos inviolables de toda persona. Sueño con una Iglesia de auténticos testigos, insertada en la historia de los hombres, como presencia salvadora del Señor y como fuente de paz, alegría y esperanza. 


II. ¿Este sueño es una utopía?

          Es la utopía del Reino que se irá haciendo realidad en la medida en que todos nos empeñemos en luchar infatigablemente para que este proyecto de Dios Padre se haga cada vez más verdad en la tierra de los hombres y mujeres que somos sus hijos. La plenitud llegará cuando crucemos el umbral del tiempo de pecado. Mientras tanto, debemos apresurar esa hora. Podemos contar con el Señor, para quien no hay nada imposible, y convencidos de que el Dios de Jesucristo es comprensivo sin limites, dador de libertad, incondicionalmente fiel, implicado en nuestra pequeñez humana, gozoso de vernos crecer y disfrutar, pues "su gloria es que seamos y vivamos felices, dedicados a aceptarnos por completo como somos -si no lo suyo no sería amor- pero a la vez soñandonos mejores de lo que somos". 

        ¿A que me compromete este sueño de Dios?

   1º  A luchar con ilusionada esperanza, dentro del ámbito en que nos movemos, para                 hacer realidad esta voluntad de Dios.

   2º  A jugarnos con optimismo por una causa que bien vale la pena y nos traerá la                      felicidad y la alegría de convivir como hermanos en un mundo más habitable, justo      y        reconciliado. 

   3º  A instaurar un diálogo sincero y leal, buscando juntos este sueño de Dios y                           discerniendo el modo de bajar a la vida precisamente, este sueño de Dios. 

 4º  No capitular frente a las dificultades que pueden surgir. Contamos con la                               intercesión siempre discreta, pero eficaz, de nuestra Madre. 



                           José Mª Guerrero, sj                          Eduardo Carreño C. - Comunicaciones
                                                                                                  Parroquia San Gregorio 










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