jueves, 8 de junio de 2017

La Santísima Trinidad - (Solemnidad).

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
El domingo de la Santísima Trinidad, que celebramos el domingo después de Pentecostés, es como una transición entre los cincuenta días de Pascua y los domingos del tiempo ordinario. En estricto rigor, esta fiesta no hubiera sido necesaria en el calendario litúrgico, pues todas nuestras celebraciones están siempre centradas en el Dios Trino. Pero no es superfluo el que un domingo celebremos la Eucaristía, con la mirada puesta de manera explícita en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y lo hagamos al concluir la Pascua, en la que hemos contemplado y celebrado la actuación salvadora y poderosa del Padre, la entrega filial y redentora del Hijo y la donación vivificadora del Espíritu. 

Celebrar al Dios Trino puede parecer para algunos algo abstracto y frío, pero es todo lo contrario. Precisamente, las lecturas bíblicas nos revelarán a un Dios cercano, "compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad"  (1ª lectura), Dios del amor y la paz (2ª lectura) y el Dios que tanto amó al mundo que entregó a su Hijo, para que los que creen en él tengan Vida eterna (Evangelio). 


En Cristo, que es el Hijo de Dios y a la vez nuestro hermano, se nos ha dado revelado el misterio de Dios, que es comunión de amor, y también se nos ha revelado quienes somos nosotros: partícipes de esa comunión de amor, llamados a testimoniarla en la vivencia de la caridad. 


Entonces, la mejor manera de creer y conocer la Santísima Trinidad es seguir los pasos y enseñanza de Jesús, quien vivió como Hijo querido de Dios Padre y que, movido por su espíritu, se dedicó a mostrar el amor de Dios y hacernos partícipes de Él. 

En este domingo de la Santísima Trinidad, demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, en la comunión del Espíritu Santo, por encontrarnos reunidos en torno a esta Solemnidad, para celebrar el Misterio de Dios en la Eucaristía. Nos disponemos, con buen ánimo, para entrar en esta comunión de amor a través de la celebración Eucarística.

Primera lectura:   Ex 34. 4-6. 8-9  
El Dios en el que creemos es un Dios infinitamente grande, pero a la vez cercano y bondadoso con su pueblo.
Lectura del libro del Éxodo.

Salmo:   A tí, eternamente, gloria y honor.

Segunda lectura:   2 Cor 13. 11 - 13
Creer en Dios no es algo abstracto y frío, es vivir en alegría y armonía. Dios es amor y paz. Así nos lo recuerda san Pablo.
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Aclamación al Evangelio:   
Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene. Aleluya. 

Evangelio
Dios ama al mundo y quiere la salvación de todos. este es el don que Jesucristo ofrece a quien cree en él. 


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.  Juan 3, 16 - 18 
Dijo Jesús: Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Palabra de Dios.




Reflexión:  La celebración de hoy, nos permite reflexionar sobre el Dios en el cual creemos los cristianos y el lugar que ocupa en nuestra vida. Es una buena ocasión para recordar el primer mandamiento "no tendrás otro Dios más que a mí".
¿Cómo es la comprensión que tengo de Dios? ¿Tengo una relación cercana y viva con él?


Fe y Vocación
La Biblia presenta numerosos relatos de vocación y de respuesta de jóvenes. A la luz de la fe, estos gradualmente tomaron conciencia del proyecto de amor apasionado que Dios tiene para para cada uno. Esta es la intención de toda acción de Dios, desde la creación del mundo como lugar "bueno", capaz de acoger la vida, y ofrecido como un don como la urdiembre de relaciones en las que confiar.

Creer significa ponerse a la escucha del Espíritu y en dialogo con la Palabra que es camino, verdad y vida (Jn 14,6) con toda la propia inteligencia y afectividad, aprender a confiar en ella "encarnándola" en lo concreto de la vida cotidiana, en los momentos en los que la cruz está cerca y en aquellos en los que se experimenta la alegría ante los signos de resurrección, tal y como hizo el "discípulo amado". Este es el desafío que interpela a la comunidad cristiana y a cada creyente individual.

El espacio de este dialogo es la conciencia. Como enseña el Concilio vaticano II, esta es "núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella" (Gaudium et spes,16). Por lo tanto, la conciencia es un espacio inviolable en el que se manifiesta la invitación a acoger una promesa. Discernir la voz del Espíritu de otras llamadas y decidir qué respuesta dar. Es una tarea que corresponda a cada uno: los demás lo pueden acompañar y confirmar, pero nunca sustituir. 


Sínodo de los Obispos XV Asamblea General Ordinaria
Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional 
Documento preparatorio. 



El Domingo, día del Señor
Eduardo Carreño C. - Comunicaciones
Parroquia San Gregorio 

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