sábado, 4 de octubre de 2014

El amor y el mal no tienen límites

La Eucaristía nos ofrece una buena oportunidad para reflexionar sobre el reino de Dios; también para comprometernos en su realización y orar por la iglesia, que no es el Reino, pero en la tierra constituye el germen y en inicio de ese Reino" (LG 5).

La parábola de hoy es la historia de un conflicto. Dios, es el dueño de la viña, cuida con amor a su pueblo, Israel, y ha tejido con él una larga historia de amor y de fidelidad, una alianza más fuerte que un matrimonio. Hoy, el nuevo Israel es la Iglesia, nuestra comunidad, cada cristiano.

Dios es lento en la cólera y rico en misericordia, su paciencia no se agota esperando frutos de amor y de justicia. Para eso envió mensajeros, los profetas, para recordar y señalar el buen camino. Viendo que no tenía resultados, envió a su Hijo, el heredero. Todos, profetas e hijo, terminaron asesinados. Los inquilinos no querían pagar la deuda y pretendían usurpar la viña, ser propietarios y echar al dueño y al heredero.

Siempre está presente en nosotros la tentación de negar a Dios para constituirnos en dueños del Universo, de la Tierra, de la Iglesia y de todo lo que pasa por nuestras manos.

Si matamos al dueño de la viña, no tenemos que rendir cuentas a nadie. Nuestro mundo, liderado sólo por la ciencia, la tecnología y el progreso, está lejos de ofrecer la salvación, porque queda en manos de la limitada ambición humana. Eso produce una abundante cosecha de rivalidades, guerras, sangre inocente y pobreza...

El lamento de Dios "¿qué más podía hacer yo que no haya hecho?" sigue siendo tan actual hoy como en tiempos de los profetas. La Iglesia, nuestra Iglesia, la viña del Señor, también precisa ser podada de muchos elementos humanos, de toda apariencia de poder secular y parecerse siempre más a la imagen de su Señor.

Personalmente, necesitamos fundamentar nuestras vidas e instituciones sobre la piedra angular que es Cristo, para vencer el egoísmo. Necesitamos hacer memoria de Jesucristo, que es el único dueño de la viña y ofrecerle fidelidad absoluta. es la única manera de no adorar ídolos que nos llevan a la muerte.

Tan infinita puede parecer la capacidad de hacer el mal que tenemos los hombres, pero más infinito es siempre el amor de Dios que nos perdona, y, como en la parábola de hoy, termina triunfando.

"Respetarán a mi hijo"  (Mateo 21,37).

P. Aderico Dolzani, ssp.                        Eduardo Carreño C.
   Liturgia Cotidiana                                Comunicaciones
                                                            Parroquia San Gregorio







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