Jesús hablaba en términos sencillos y con imágenes tomadas de la vida cotidiana. En aquella época, la civilización era eminentemente agraria y de cría de ganado menor: ovejas y cabras. Los campos no tenían divisiones ni alambrados. No existía mayor labranza y preparación del suelo. Allí estaban y quedaban las piedras, los cardos y los espinos. La gente circulaba a través de los campos. No se conocía mayor uso de fertilizantes. Una cosecha de siete gramos por una era buena; de diez, excepcional. Que una semilla diera treinta, sesenta o cien granos era, por lo tanto increíble. La parábola rompe todos los esquemas razonables.
Se sembraba al voleo con la mano tirando la semilla sobre la tierra o con una bolsa agujereada. No se hacía mucha distinción de suelos fértiles, mediocres o malos. Sobre el camino endurecido por las pisadas, las semillas eran comida para las aves, en medio de las piedras y las malezas no tenían muchas posibilidades. Sólo las que caía en suelo fértil podía rendir una buena cosecha.
Jesús sembraba su palabra con abundancia y sin hacer distinciones. No discriminaba a nadie. Es suficiente ver que eligió a los Doce entre varias categorías de personas, edades y culturas. No hay ninguna selección previa de terrenos. Pero hay terrenos distintos, es decir, personas con diferentes actitudes y proyectos dentro de la misma parcela, la comunidad cristiana. No se puede saber de antemano qué respuesta dará cada uno. En el procesamiento de crecimiento y maduración, se va viendo el resultado, según el fruto que cada uno muestra. Por los frutos conoceremos a las personas...
Jesús continúa sembrando la buena semilla en personas, comunidades, grupos... No discrimina ni ahorra semilla. Espera una buena cosecha. Todos esperamos una buena cosecha los unos de los otros. Hoy también sembró en el campo de mi corazón, de mi familia, de mi comunidad... Podemos ser las aves que comen la semilla, las piedras o los cardos, o la buena tierra... Por los frutos nos juzgará el Sembrador.
"El sembrador salió a sembrar..." (Mateo 13,3).
P. Aderico Dolzani, ssp. Eduardo Carreño C.
La Liturgia Cotidiana Comunicaciones P. San Gregorio
Jesús sembraba su palabra con abundancia y sin hacer distinciones. No discriminaba a nadie. Es suficiente ver que eligió a los Doce entre varias categorías de personas, edades y culturas. No hay ninguna selección previa de terrenos. Pero hay terrenos distintos, es decir, personas con diferentes actitudes y proyectos dentro de la misma parcela, la comunidad cristiana. No se puede saber de antemano qué respuesta dará cada uno. En el procesamiento de crecimiento y maduración, se va viendo el resultado, según el fruto que cada uno muestra. Por los frutos conoceremos a las personas...
Jesús continúa sembrando la buena semilla en personas, comunidades, grupos... No discrimina ni ahorra semilla. Espera una buena cosecha. Todos esperamos una buena cosecha los unos de los otros. Hoy también sembró en el campo de mi corazón, de mi familia, de mi comunidad... Podemos ser las aves que comen la semilla, las piedras o los cardos, o la buena tierra... Por los frutos nos juzgará el Sembrador.
"El sembrador salió a sembrar..." (Mateo 13,3).
P. Aderico Dolzani, ssp. Eduardo Carreño C.
La Liturgia Cotidiana Comunicaciones P. San Gregorio
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