domingo, 20 de julio de 2014

DIOS SABE ESPERAR

El domingo pasado, la parábola del sembrador nos trajo un mensaje de esperanza: no somos tierra abandonada, somos tierra de siembra, porque el Señor sale siempre a sembrar en nosotros. 

El acento de las parábolas de este domingo, radica en el crecimiento del Reino: éste crece, sea como sea. Nada lo puede frenar. incluso crece donde el Maligno ha sembrado mala semilla. Dios tiene una paciencia única. ¡sabe esperar! Pues es bueno e inteligente, rico en misericordia (Salmo 85), su omnipotencia es ser todopoderoso en el amor, es la paciencia sin limites para con todos nosotros, es la confianza infinita en la potencia de bien que hay en todos. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha. 

La Palabra de Jesús nos anima a vivir nuestra fe con esperanza, los cristianos vivimos en el mundo y la presencia del mal es una realidad en él y entre nosotros, pero aunque descubramos la ambigüedad y mediocridad entre nosotros, eso no nos debe llevar al desánimo, no somos "profetas de calamidades" anunciamos una buena noticia: la infinita misericordia de Dios. Su fuerza transformadora está actuando hoy a través del bien de muchas personas, que sin grandes y aparatosas acciones, creyendo en él y en la eficacia del amor, con sencillez y cotidianidad, son levadura que fermenta la masa.

La celebración de la eucaristía alimenta nuestra fe y esperanza al hacer presente entre nosotros  la victoria pascual de Cristo. Con su Palabra el Señor nos recuerda que su Espíritu nos acompaña, no estamos solos, por mas cizaña que haya, el trigo sigue creciendo. No hemos de olvidar, que el Espíritu de Cristo resucitado guía a la Iglesia e intercede por nosotros, con gemidos inefables. (2a Lectura).

CONALI                                            Eduardo Carreño C.
                                                         Comunicaciones
                                                     Parroquia San Gregorio.




Evangelii Gaudium
El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de la reconciliación con la carne de los otros. (EG 88).

No hay comentarios:

Publicar un comentario