Cuando tratan de describirnos cómo es una ciudad que no conocemos, intentamos hacernos una idea a partir de las ciudades que ya conocemos. El que la ha visto nos dice: tienen calles como tal ciudad y sus árboles son como los de tal campo. Por más experimentado que sea nuestro interlocutor, nunca podremos hacernos una idea exacta de tal ciudad, ni siquiera con las actuales posibilidades de fotografías o videos. El conocimiento directo del Reino de Dios, es igual que el de una ciudad que no hemos visitado, no lo tenemos, por eso el Señor se prodiga en comparaciones que nos ayuden a comprender de qué está hablando.
Pese al esfuerzo y la multiplicidad y variedad de los ejemplos, el Señor sólo logra mostrarnos parcialmente esa realidad.
Un tesoro escondido, una perla preciosa de gran valor, una red llena de peces buenos y malos, aparentemente estas tres realidades tienen poco en común. Lo único en que coinciden es que son cosas que todos pueden comprender. Pero más que estas cosas en sí mismas, son las actitudes que provocan en quienes interactúan con ellas las que se parecen al Reino de Dios. El dejar escondido el tesoro nuevamente en el campo, para correr a comprar todo el campo todo; el vender todo lo que se posee para adquirir la perla más fina; el ser recogidos, buenos y malos, en una misma red para ser separados en el juicio final, como en la parábola de la cizaña y el trigo. Todo esto nos muestra desde distintos enfoques el misterio del Reino de Dios.
No hay lenguaje humano capaz de describir esta realidad divina. Pero sí hay una clave que nos permite conocerlo: la encarnación del Hijo de Dios. Esto hace posible que lo humano conozca lo divino, por eso más que una cosa, el Reino de Dios es una persona: Jesucristo.
Comisión Nacional de Liturgia.
Evangelii Gaudium
Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios. (EG 89).
Eduardo Carreño C.
Comunicaciones Parroquia San Gregorio
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