Hay tres verbos, ver, conocer y creer, que, en el evangelio de hoy, tejen un discurso válido también para nosotros. Jesús dejó a sus discípulos esta enseñanza en la Última Cena, momento íntimo, sublime y también denso de amenazas.
Para comprender el sentido de estos verbos y meditar el texto de hoy (Juan 14, 1-12), debemos entender que ver no indica visión física. Los discípulos no pudieron ver al Padre en la persona de su maestro, antes de la muerte y la resurrección. Los fariseos y los letrados judíos vieron físicamente a Jesús, contemplaron sus obras, sus milagros, escucharon sus palabras y su doctrina. Tenían a la vista toda su persona, pero no creyeron.
Conocer, en los evangelios, no alude a la dimensión intelectual que nosotros le conferimos a nuestro aprendizaje. No es conocer según la inteligencia. En la Biblia, conoce perfectamente la persona simple como un niño y también la muy educada como un doctor, conoce quien es poco inteligente y también el que es muy inteligente. Conocer es darse cuenta de que Dios está cerca y camina con nosotros.
Creer es haberse convencido de que Jesús es Dios, que nació, vivió, murió y resucitó de entre los muertos. Creer no es estar seguro de que en nosotros no hay errores de religión. Creer es fiarse de Dios hasta las últimas consecuencias.
Recordemos que, durante la vida de Jesús, pocos creyeron en él a pesar de que escucharon su palabra, vieron sus buenas obras y sus milagros.. Salvo sus discípulos, que hicieron obras mayores: anunciaron a todo el mundo su venida, y, gracias a ellos, nosotros creemos en él. Creyeron y dudaron, pero se fiaron ciegamente de él.
Jesús hoy nos invita, como en la última cena, a ver, conocer y creer en él para fiarnos solo de él. "Crean en Dios y crean también en mí", (Juan 14,1).
P. Aderico Dolzani, ssp. / ecc.
Campaña 1% 2014
En este momento, al leer esta reflexión, lo más probable es que estemos preparándonos para ir a la Santa Misa de nuestra Comunidad.
Detrás de la celebración de una misa hay un gran esfuerzo humano, espiritual y material. Por de pronto el sacerdote estuvo preparándose siete o más años, sumado al esfuerzo para construir el templo y mantenerlo. Si usted llama por teléfono a la parroquia, lo atenderá una secretaria que, al igual que usted, tiene que pagar las cuentas en su casa. La limpieza del templo la ha realizado una persona que usted seguramente habrá visto y saludado mil veces.
Este acto maravilloso de la misa acontece en los lugares más apartados de Chile, en los más centrales, entre personas con más recursos y otras en situación de pobreza. Por eso resulta razonable preguntarse quién financia todo este espacio de vida espiritual, de vida comunitaria, de vida sacramental.
La verdad es lo que financiamos los católicos, cada uno de nosotros mismos, y la mejor forma de hacerlo es a través de la contribución del 1% de nuestros ingresos. Saber que el próximo domingo habrá misa habiendo usted contribuido o no, demuestra que contribuir es un acto de justicia y de sentido común.
Es, además el modo de sentirse vinculado a tantas personas, como la viuda pobre del evangelio que entregó lo poco y nada que tenía, que quieren manifestar su adhesión y su compromiso con la obra de la Iglesia que , contra viento y marea, sigue anunciando que Jesucristo nos ama, murió y resucitó, y está en medio de nosotros animándonos y dándonos su luz y su amor.
Fernando Chomalí G.
Arzobispo de la Santísima Concepción
Eduardo Carreño C.
Comunicaciones P. San Gregorio
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