Domingo 5º de Cuaresma
Jesús el dueño de la Vida
Jesús llora la muerte de su amigo Lázaro. Nunca en los evangelios se nos muestra a Jesús tan conmovido y, al mismo tiempo, tan exigente en pedir que creamos que él es la resurrección y la vida.
Dios nos creó con un deseo infinito de vivir. Es el aliento vital que puso en nosotros. Nos pasamos todos los días y los años luchando por no morir. Nos aferramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar la existencia biológica, pero siempre llega la última enfermedad. "La muerte es simplemente una enfermedad crónica que no se puede curar", dice un letrero en la sala de espera de un médico.
Tampoco serviría prolongar nuestra existencia al infinito. Construiríamos un mundo de ancianos, sin espacio para los jóvenes. En realidad, lo que anhelamos es vivir sin dolor, ni vejez, sin hambres, ni guerras, una vida plenamente feliz para todos.
Nunca el ser humano ha tenido tanto poder para hacer la vida más feliz. No obstante, nunca, tal vez, se ha sentido tan impotente ante el futuro incierto y amenazador. Pocos deciden la suerte del planeta. Pocos concentran casi todos los bienes. Muchas veces, nos sentimos como marionetas que nos hacen bailar como quieren en el planeta Tierra.
Como los hombres de todos los tiempos, vivimos rodeados de inseguridades. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo tengo que vivir? ¿Cómo voy a morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras que son para todos nosotros un desafío: "Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás".
Los cristianos creemos en Jesús, el Señor resucitado, buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Solo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida que termina con la única enfermedad terminal crónica: la muerte.
Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá (Jn 11,25).
P. Aderico Dolzani, ssp. / ecc
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