Cuando la sociedad chilena camina en medio de expectativas altas y crecientes, también de dudas e incertidumbres, quienes creemos en Cristo Resucitado somos invitados a ser los primeros promotores de esperanza. Proclamar "la alegría del Evangelio", nos ha recordado el Papa Francico, supone un compromiso total en el que hemos de jugarnos la vida.
Como discípulos misioneros de Jesucristo, no podemos darnos el lujo de quedarnos abatidos y desconsolados ante las duras tragedias personales, familiares y sociales. Al mundo le sobran lamentos, disputas, guerras, muertes y desconsuelos. A nuestra gran ciudad le sobran estrellones, frialdades, bocinazos, insultos y violencia de todo tipo. Lo que nos falta es la calidez de una sonrisa, la cultura del encuentro, el esfuerzo creativo hacia la mirada positiva, que no es candidez ni ingenuidad sino disposición y optimismo. En esta actitud, vital para esta hora de necesarios cambios en la sociedad chilena, se plasma en forma diáfana la esperanza cristiana de Cristo Resucitado, esa que hace santa una semana de cruz, esa que nos hace Iglesia "en salida" junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Nos aprestamos a vivir la Semana Santa. Tras recorrer juntos al Señor su pasión y su camino de cruz, unidos a toda la Iglesia proclamaremos con renovada esperanza que Cristo, el Señor, ha resucitado, vive en medio de nosotros y con su victoria sobre la muerte nuestra vida tiene pleno sentido en Él.
"Si Cristo no resucitó, vana sería nuestra fe y seríamos los más desgraciados de todos los hombres", afirma san Pablo. Su triunfo sobre la muerte es nuestra propia victoria. La esperanza cristiana se funda en la certeza de la tumba vacía, proclamada por los apóstoles con la fuerza eficaz del Espíritu Santo. Es a Cristo muerto y resucitado a quien aclamaremos, con nuestros ramos, en su llegada a Jerusalén. Es Jesús quien se hace Eucaristía el Jueves Santo en la última cena con sus discípulos. Cargaremos la cruz de Viernes Santo junto al Cordero de Dios que resucitará de entre los muertos.
Su resurrección acontecida históricamente hace dos milenios imprime un sello a los cristianos desde el momento de nuestro bautismo. Esa es nuestra vocación a la que el Papa Francisco nos invita a proclamar: "la alegría del Evangelio".
Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago
ecc/Pq' San Gregorio
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