Hemos acompado a Jesus en su camino de pasión y recordábamos como se tejió una trama, lo tomaron preso, lo acusaron falsamente, lo presentaron a las autoridades, le pegaron y se burlaron de él, lo coronaron de espinas y lo crucificaron como un malhechor.
En la cruz nos perdonó a todos y gritó: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu".
Allí sobre un monte, siendo alrededor de las tres de la tarde, un día viernes (el mismo viernes en que el hombre había sido creado), Él, abandonado por sus amigos, desnudo, en compañía de su madre, murió.
El corazón abierto nos invita a descubrir el amor poderoso y secreto qie inspiró toda la vida de Jesús. Los que lo rodearon y convivieron con Él verán perderse con el tiempo sus recuerdos y emociones pero descubrirán, en cambio, que no hubo palabra, gesto e incluso silencio que no fuera en Jesús, expresión de amor de Dios. El corazón abierto origina la devoción al Corazón de Jesús. Invita a no perdernos en consideraciones y palabras que explican la fe; nos lleva más bien a mirar a Jesús, a contemplar su amor, a dejar que nos transforme en imagen suya.
Sus amigos, cumpliendo con una tradición piadosa le bajaron de la cruz, le limpiaron su cuerpo ensangrentado, le perfumaron y, con toda seguridad, tal como han interpretado los artistas de todos los tiempos, le depositaron en brazos de su madre.
No pudo ser de otra manera, pues la Madre, que le dio a luz y le acompañó durante toda la vida, le recibe para ser depósitado en este sepulcro, a la espera de la resurrección. Si su corazón hubo de estar roto por el dolor, María tuvo que sentir una profunda paz interior, la de la madre que siente el pálpito de la nueva vida que se está gestando. Y en la imagen de la Virgen dolorosa su propio Hijo nos regaló a la Madre de toda compasión.
A ella, ahora, dirijamos esa oración que tanto le gusta a ella: Dios te salve María....
Y así, terminado este largo camino del vía crucis, en el que hemos acompañado a Jesucristo en sus áltimos momentos de su vida, pasión y muerte. Le hemos dejado en un frío sepulcro, donde, sin embargo, están las semillas de la esperanza de la Pascua. Pascua a la que también nosotros estamos invitados y que, un día, como nueva y definitiva vida, compartiremos con Él. Pero, ahora y mientras tanto, comportémonos como los discípulos y María.
Recordémosle en el cariño y la entrega mostrados a cada uno de nosotros y por todos los hombres. Y dejémonos querer otra vez por el que nos amó primero.
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"Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya..."
Esta es la oración suprema de Jesús, porque en ella se entrega..., muere.... y da su vida a los hombres.
Contemplemos a Jesús postrado en tierra..., sufriendo y orando, en soledad y entrega total... amando y muriendo.
Contemplemos a Jesús en silencio, con los ojos limpios y con el corazón abierto para dejarnos empapar de su oración y entrega...
Escuchemos, una y otra vez, el eco de su oración...
Dejemos que los mismos sentimientos de Jesús ablanden nuestro corazón y nos brote del alma una asimilación vital con él.
Queremos ser uno con él..., cerca, mirándole y aliviando con nuestra presencia, la crueldad de su destino...
Repitamos humildemente con él ..., desde las raíces de nuestra alma..., la aceptación de nuestro destino, que será siempre, un poco al menos, beber del mismo cáliz de Jesús.
"Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya..." (dos o tres veces).
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