sábado, 19 de abril de 2014

LOS FUERTES SILENCIOS DE DIOS

Humanamente Jesús fracasó. Como discípulos solo encontró unos pescadores. El entusiasmo por su predicación duró poco. Ni siquiera creyeron en él sus parientes, que lo tenían por loco. Los que gobernaban el estado y el Templo, no lo podían ni ver. Sus discípulos lo abandonaron a medianoche. Fue vendido por treinta monedas, condenado y crucificado por blasfemo. Al pie de la cruz, estaban solo su madre, unas señoras y poco más. Le quitaron hasta la ropa interior. Sus enemigos dieron por cerrado el caso.
Pero, después de morir y al entrar en el silencio de la tumba, comenzó la gran actividad de Jesús. Así son los silencios de Dios.

María, su madre, esperó. Sus enemigos mandaron a una guardia para vigilar el sepulcro porque recordaron que había profetizado resucitar. Los Apóstoles se reunieron para consolarse. Dos hombres valientes se ocuparon del cuerpo: José de Arímatea, rico y metido en política, prefirió el anonimato cuando el Señor fue aclamado y ahora apareció; y Nicodemo, el que iba a verlo de noche, por miedo, trajo una mezcla de mirra y áloe para darle una digna sepultura.

Desde entonces es siempre así. El Señor está en el silencio de nuestros sagrarios, y somos miles los que vamos a adorarlo. A él se consagran muchas personas, y mueren muchos mártires. Hay perseguidores que se convierten en perseguidos en un instante, y quienes se enfurecen al oir su nombre. El símbolo de la tortura, la cruz, es ahora el símbolo del triunfo. La historia es un antes y un después de Cristo.

Hoy la comunidad cristiana guarda un profundo silencio. No porque esté triste o con los ánimos por el suelo. Está en silencio para ver y meditar el amor que Dios nos tiene.
Frente al sepulcro del Señor,nos damos cuenta de que el amor nunca fracasa.

Así nos preparamos para celebrar la resurrección del Señor Jesús.

No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado (Mateo 28,5).

P. Aderico Dolzani, ssp. / ecc.

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