El tema del agua que salva es un tema habitual en la liturgia cuaresmal. Desde este domingo la Iglesia ofrece a la comunidad cristiana, que tiene la oportunidad de revivir su propio bautismo, una síntesis de la historia de la salvación a partir del rico simbolismo del agua.
Necesaria para la existencia de todos los vivientes, el agua es un elemento natural que nos ha sido regalado y que no es fruto del trabajo. El agua viva de la fuente expresa el milagro renovado de la vida. Haciendo brotar agua de la roca, Dios se manifiesta Salvador de su pueblo, y lo pone en condición de continuar su viaje hasta la tierra prometida.
La abundancia del agua llega a ser el símbolo de la abundancia de la salvación que sólo pertenece a Dios. Un río de agua que surge del Templo, purificará al pueblo, saciará se sed y hará fecunda la tierra.
En el Nuevo Testamento, el agua expresa simbólicamente el don del Espíritu para la generación de una Humanidad nueva. Cristo, sobre el cual el Espíritu ha descendido en el momento del bautismo, anuncia un renacimiento en el agua y en el Espíritu, promete una abundancia de agua-Espíritu para los creyentes.
La persona de Cristo se identifica con la roca, el nuevo Templo, la fuente de donde surge la Vida eterna.
A una mujer, marcada por el pecado, Jesús promete un agua misteriosa que es fuente para la Vida eterna.
Por el bautismo nacemos a la vida nueva, aquella que nos lleva a amar y confiar en Dios como lo hizo Jesús. Aquella que nos hace mirar a todos como hermanos y nos mueve a comprometernos con aquellos que sufren o son maltratados, como lo hizo Jesús. Vida nueva que es buena noticia para hombres y mujeres que se sienten incómodos en un mundo de individualismo exacerbado. Jesús es el agua viva, el único que puede saciar nuestra sed.
Es a Jesús el Señor quien nos da el agua viva. Y es a él a quien queremos testimoniar y anunciar.
Vicaría General de Pastoral
Arzobispado de Santiago
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