sábado, 22 de marzo de 2014

3º Domingo de Cuaresma

La Samaritana, mujer apóstol
En el evangelio de Juan, las mujeres se destacan en siete momentos decisivos para el anuncio del Reino. A ellas se les atribuyen funciones y misiones, algunas de las cuales, en los otros evangelios, se adjudican a los Apóstoles.

En las Bodas de Caná, María, la madre de Jesús, reconoce los límites del Antiguo Testamento y anuncia el tiempo nuevo: "¡Hagan todo lo que Él les diga!". 
La Samaritana de hoy es la primera persona que recibe de Jesús el secreto más grande, que él es el Mesías; se convierte así, en la evangelizadora de la Samaria. Otra mujer, la adúltera, al ser perdonada por Jesús, se transforma en juez de la sociedad patriarcal y machista que la quería condenar. En el evangelio de Juan, quien hace la profesión de fe es Marta, hermana de María y Lázaro. 
María hermana de Marta, unge los pies de Jesús para el día de su sepultura, porque, en ese entonces, quien moría en la cruz, no tenía sepultura, ni podía ser embalsamado. María anticipa la unción del cuerpo de Cristo indicando que ella lo reconocía como el Mesías- Siervo que debería morir en la cruz.
María se presenta como modelo para los otros discípulos. A los pies de la cruz, al recibir a Juan como hijo, comienza la primera comunidad cristiana. La Magdalena recibe la orden de anunciar la resurrección a los discípulos.

El evangelio narra en este Tercer Domingo de Cuaresma el único caso en que Jesús revela directamente su identidad; lo hace a una mujer y no a un hombre, a una mujer de raza despreciada y no judía; a una pecadora y no a una santa, porque Dios suele elegir a los últimos. Al enterarse de que Jesús es el Mesías, la mujer se convierte en apóstol para su gente. Cuando los samaritanos conviven dos días con Jesús, reconocen que Jesús no es un Mesías salvador solo de los judíos; sino también de ellos y de todo el mundo.

¿Que sería hoy de la Iglesia sin el aporte femenino? La trasmisión de la fe en la familia y, sobre todo, la catequesis en nuestras comunidades, son el fruto de la consagración de las mujeres al evangelio. Rezar por ellas y agradecerles un poco mejor es imitarlas...

Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo" (Jn 4, 26).  

P. Aderico Dolzani, ssp./ecc 

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