Estamos en Cuaresma, tiempo de preparación para celebrar la Pascua, la muerte y la resurrección del Señor, conmemoración también de nuestro bautismo, por el que fuimos incorporado a Cristo. Ser cristiano es pasar de las tinieblas a la luz, de la ceguera del mundo a la visión cristiana de la vida. Es la propuesta del evangelio de este domingo, la curación del ciego de nacimiento.
Un simple hombre, Jesús, que se ha proclamado la luz de este mundo, sorprende a las autoridades judías con un milagro. Un sábado, día sagrado de descanso, él sana a un pobre que pedía limosna en una de las puertas de la ciudad. Al pobre ciego que ahora ve, todos lo interrogan: vecinos, fariseos, jefes del Templo y hasta Jesús cuando se entera de que ha sido expulsado de la sinagoga. Ante la pregunta de Jesús, el ciego llega a ver plenamente, reconoce en Jesús al enviado de Dios y lo adora.
Los fariseos, líderes religiosos de aquel tiempo, que se sienten responsables de conservar la fe y las tradiciones del pueblo elegido, empiezan a dudar: ¿cómo es posible que un hombre que no cumple las leyes religiosas actúe en nombre de Dios? Dar la vida a los ciegos es la profecía que cumplirá el Mesías... ¿cómo es posible?
Por eso, atacan con violencia: primero quieren negar el hecho, después pretenden que aquel hombre afirme, también en contra de la evidencia, que el que lo ha curado es un pecador y, por tanto, no puede actuar en nombre de Dios. Como el hombre no se resiste, lo excomulgan, lo declaran fuera del pueblo de Dios y lo marginan.
Hoy no son los fariseos los que nos quieren ocultar la luz de la fe recibida en el bautismo. Pero vivir de acuerdo a lo que creemos puede marginarnos de ciertos círculos de intereses y sociales que prefieren las zonas oscuras de una conducta poco evangélica. .
Para vivir de acuerdo al evangelio necesariamente hay que ser transparentes.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo (Jn 9, 5).
P. Aderico Dolzani, ssp. / ecc
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