Jesús nos advierte que, si nuestra justicia, o santidad de vida, no es superior a la de los fariseos y publicanos, no entramos en el Reino de los cielos... Ellos no matan, no roban, no mienten, pagan religiosamente sus contributos a la religión... A veces, se escucha a personas que dicen que no saben de qué confesarse porque tampoco roban, no matan, no hacen el mal... Se consideran buenos.
No sé por que, pero los católicos tenemos la costumbre de hacer el examen de conciencia, y no sólo para confesarnos, sino también para clasificar al prójimo, con las tablas de la Ley del Antiguo Testamento, como si el Señor no hubiera traído ninguna novedad a la Tierra con su nueva alianza sellada con su sangre en la cruz y no con la de animales... Nos quedamos con Moisés y su Ley.
Los diez mandamientos nos ordenan a vivir armoniosamente y en el amor a nosotros mismos, al prójimo y a la creación, obra de Dios. Las tablas de la Ley son, en realidad, tablas de salvación para toda la Humanidad.
Jesús nos dijo que en su Reino se nos va a juzgar según hayamos puesto en práctica las obras de misericordia espirituales y materiales... Dar de comer, visitar presos y personas solas, vestir desnudos, aconsejar al errado, acompañar al triste...
¡Cómo cambia nuestro examen de conciencia cuando lo hacemos también a la luz del sermón de la montaña y de las obras de misericordia! El pecado más grande es el bien que no hacemos. Eso nos achica el corazón y nos aleja de Dios y del prójimo. Con el corazón chico no se entra por la puerta estrecha.
Examinando nuestra vida a la luz que proyecta hoy el Señor con su palabra, enseguida encontramos abundante materia no solo para confesarnos, sino también para cambiar nuestras costumbres y manera de pensar y también para tener una mirada distinta de nuestras comunidades y de nuestra Iglesia.
Si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos no entrarán en el Reino de los cielos (Mt 5, 17).
P. Aderico Dolzani, ssp. / ecc
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