domingo, 3 de noviembre de 2013

Vino a buscar lo que estaba Perdido

En el evangelio de este domingo encontramos a Zaqueo, el cobrador de impuestos (publicano) para el Imperio romano. Zaqueo es un hombre notable de la pequeña ciudad de Jericó, por la que Jesús pasa camino a Jerusalén. como todos los publicanos, es considerado un hombre pecador. Él lo sabe. Está curioso por el entusiasmo de la multitud. Inquieto, quiere ver a ese tal Jesús, cuya fama lo precede y que hoy pasa por su ciudad.  Para hacerlo tiene que adelantarse y subir a un árbol. Y allí lo descubre Jesús y lo llama.
Así es cuando queremos ver al Señor: También a nosotros, muchas veces, la multitud nos impide verlo. No sólo la multitud que está fuera de nosotros; también esa muchedumbre que llevamos dentro. Tantas veces nuestro corazón parece taco en hora punta: lleno de pensamientos y preocupaciones que nos encierran en nosotros mismos, no nos dejan salir y nos paralizan. Entonces hay que hacer como Zaqueo: salir de esa muchedumbre, correr, adelantarse y buscar un árbol para ver todo desde la altura. Ese árbol puede ser una persona querida, un amigo, un sacerdote, o un momento de retiro de reflexión, de oración serena.
El evangelio urge, tiene prisa de que cambie el mundo y de que se conviertan todo los Zaqueos que llevamos dentro; tiene prisa de que cada uno de nosotros viva mejor, que cunda la felicidad, que los pobres sean librados de su miseria, que los enfermos sanen y se reintegren a su vida normal. Y para los que dicen: "Es difícil cambiar" o bien "es imposible transformar el mundo en el que vivimos", Zaqueo es un ejemplo de lo contrario. El encuentro con Jesús le transforma la vida. Él, que "vino a buscar lo que estaba perdido", cumple lo que hoy leemos en el Libro de la Sabiduría 11, 22 - 12, 2: Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que se conviertan.
CONALI 

LA  FE
El pecador Zaqueo (Lc 19, 1 - 10), un hombre de buena intención que quiere cambiar su vida, se sube a un árbol para ver pasar a Jesús atraído por lo que se dice de él a causa de su manera de vivir y tocar el corazón de tantos. Jesús al verlo le dijo: hoy tengo que hospedarme en tu casa... y entró la salvación en su casa.

La fe es esa mirada llena de esperanza en Jesús en quien se confía y se acoge en la casa de la propia vida, en la que produce un impulso hacia una nueva manera de vivir, una nueva forma de encontrarse con el Padre de Jesús, con Dios que nos ama y mirar a nuestros hermanos así como Jesús los mira y ama.
Al comenzar el Mes de María, volvemos nuestros ojos hacia ella, la madre de Jesús, para descubrir en Jesús al Hijo del Padre y del hombre y, en la vida de cada hombre y mujer, el rostro del hijo y del hermano, en quienes reconocemos el amor que el Padre de Jesús les tiene. 
              P. Sidney Fones I., 
Secretario General Adjunto CECH

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