sábado, 24 de agosto de 2013

Por la puerta estrecha entrará mucha gente.

"Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?", esa pregunta de un oyente de Jesús puede ser la nuestra: "¿Me voy a salvar?", o "¿Se salvará mi familia, mis amigos?", "¿Se salva mucha o poca gente?".
Es una duda que puede generar mucha angustia. Hay personas, que pasaron por estas situaciones, y terminaron en los escrúpulos y sus consecuencias...
La respuesta de Jesús parece que, a primera vista, dice que se salvan pocos... pero termina diciendo que vendrán multitudes de Oriente y Occidente y entrarán... entonces, no serán pocos los que se salvan...
La cuestión no está en la puerta , más que amplia por la misericordia de Dios, sino en la forma de vivir: no hay muchas maneras de llegar a la salvación. Y no hay caminos más cortos o menos difíciles que otros. No hay seguridades, aunque pretendidamente fundadas en promesas de santos y en visiones.
Lo más importante: la salvación es una gracia de Dios que nadie puede pretender o merecer... No basta el ejemplo de la que recibió el ladrón crucificado con Jesús. Méritos no tenía ninguno, salvo el de reconocerse pecador  a último minuto y pedir perdón.
No es suficiente haber comido y bebido con él en este mundo, o escuchado en nuestras iglesias y plazas... Las amistades en este mundo se pagan con premios en este mundo. Evidentemente Jesús se dirigía a las personas de los pueblos por los que pasaba.
La puerta estrecha se abre estando completamente abiertos al prójimo y a Dios. Esa es la única llave.
Todos pueden salvarse porque Dios quiere que todos nos salvemos. Al crearnos, él confió en nuestra capacidad de amarlo. La puerta del cielo se abre sólo con el amor, si son muchos los que aman al prójimo, serán muchos los que se salvan.
"Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?"   (Lucas 13, 22).
                                                                                                                  P. Aderico Dolzani, ssp. 

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