domingo, 28 de julio de 2013

La Oración: Hijos que hablan con confianza a su Padre.

El evangelio nos cuenta que Jesús "oraba a solas" , se apartaba en el silencio para encontrase con el Padre. Jesús ha querido que también nosotros tengamos esa intimidad con Dios y lo llamemos "Padre". El mismo Espíritu Santo clama en nuestros corazones llamándolo de esa manera. Creemos entonces que, por la obra y el impulso del Espíritu Santo, nosotros nos unimos a Jesús, y junto con él podemos clamar llenos de gozo y de confianza: "¡Padre!".
Orar significa abrirse a Dios. No podemos vivir cerrado en nosotros mismos o en las cosas y afanes de este mundo. Debemos contar también con Dios, escuchar su Palabra, dirigirle nuestras alabanza y nuestra súplica, con confianza de hijos. La oración es algo más que recitar una fórmula o acercarnos a Dios con un interés "comercial" para obtener sus favores. Es sobre todo, una convicción profunda de que él es nuestro Padre y que quiere nuestro bien más que nosotros mismos.
El evangelio de este domingo insiste en la confianza de debemos tener con Dios. Si uno consigue del amigo, aunque sea a una hora inoportuna, lo que pide; si un hijo puede esperar que su padre le dé lo mejor, si Abraham logra que Dios lo escuche: cuánto más nosotros, que por Cristo hemos sido hechos hijos en la familia de Dios, podemos dirigirnos con confianza a nuestro Padre.
Los Apóstoles pidieron a Jesús "Señor, enséñanos a orar". Nosotros también hemos de repetir esta plegaria, pues orar es en primer lugar un don de Dios, no es fruto de "técnicas" o del esfuerzo humano. Pidamos que nuestra oración no sea una obligación pesada, sino el respirar alegre de nuestra vida creyente.     

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