Después de pasar unos treinta años prácticamente en el anonimato, Jesús se pone a la fila de los que son bautizados por su primo Juan en la ribera del río Jordán.
Subraya san Lucas: "Todos el pueblo se hacia bautizar, y también fue bautizado Jesús".
Para los evangelistas, ese día comienza el incansable ministerio de Jesús de Nazaret, su camino hacia la Pascua. Dios lo confirma desde el cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección". Y Juan aclara que el Mesías es uno más grande que él, que bautizará no en el agua, sino "en el Espíritu Santo y en el fuego". San Pablo retoma esa afirmación: "Dios nos hizo renacer por el bautismo", y "derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo".
Dos mil años más tarde seguimos bautizando, conforme al mandato del Señor, para formar ese "Pueblo elegido lleno de celo en la práctica del bien" del que habla san Pablo.
Y aunque sabemos que en el sacramento realmente se cumple la promesa del Señor, nos preguntamos si ese "fuego" y ese Espíritu "abundante" llegan a manifestarse en todos los nuevos cristianos.
¿No nos hemos contentado tan a menudo con los números y no con la conversión de los discípulos de Cristo? ¿Con la cantidad y no con la calidad? ¿Con la fiesta del bautizo y no con el camino cristiano que ese día comienza? ¿Con que sean miembros de la Iglesia y no misioneros del mundo? ¡Con que reciban un sacramento y no comprometan su vida con el evangelio?
Reavivar el fuego del Espíritu Santo, que desde el día del bautismo se enciende en todo cristiano, es la tarea a la que hoy nos llama la Sagrada Escritura. Porque todo bautizado es miembro del Pueblo elegido, cuya misión es transformar el mundo por el amor.
CONALI
Comunicaciones - Parroquia San Gregorio.
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