Si nos preguntaran cuál es el amor humano que más se parece al amor de Dios, quizás diríamos que el amor de una madre o de un buen padre para con sus hijos. Y no nos faltaría razón. Difícil encontrar un amor tan abnegado, tan generoso. Sin embargo cuando la Sagrada Escritura particularmente las lecturas que se nos ofrecen en esta celebración nos habla del amor de Dios, lo compara al amor de un esposo fiel. Quizá sea así porque el amor de los esposos es además un amor completamente libre y establece una relación de igual a igual entre los que se aman. Ha dicho el profeta Isaías: "La alegría que encuentra el esposo con su esposa, la encontrará tu Dios contigo". ¡Dios ha querido ser el esposo de la humanidad! Él nos ha escogido con total libertad, simplemente por amor. Somos su preferencia.
Esta realidad divina está llamada a hacerse carne especialmente en los esposos cristianos, de tal manera que el matrimonio cristiano tiene por vocación manifestar al mundo el talante de ese amor divino. Por eso el matrimonio cristiano es indisoluble No por mero moralismo. No por un "deber ser". No simplemente porque es mejor para la sociedad. Es así porque es el modo en el que se expresa ¡es un sacramento! el amor indisoluble que Dios nos tiene.
Ciertamente el amor humano es frágil. E incluso, como el vino de Caná, se acaba. Eso no nos debe llamar la atención. En definitiva somos seres finitos. La falta de vino en esas bodas puede representar la definitiva incapacidad del ser humano para alcanzar lo que más desea: lo infinito.
Por eso no nos cansamos de celebrar que Jesús se haya hecho carne. Él, viviendo en nuestra condición humana, ha convertido el agua en vino, y por qué no decirlo, el amor humano, en un amor divino.
CONALI
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