En la hermosa capilla de Huatacondo, un pequeño poblado en el interior de la Diócesis de Iquique, se celebra la novena de Epifanía con una vieja costumbre: las niñas y mujeres del pueblo cantan y bailan para Jesús recién nacido al son de antiguas canciones de la tradición popular. Se anticipan a sí a los magos de Oriente que vienen a adorar al Niño Dios; ese Niño que el Salmo alaba proféticamente como Mesías-rey que cumple las esperanzas de los pobres de la Tierra:
"Que gobierne a tu pueblo con justicia y a tus pobres con rectitud. Que en sus días florezca la justicia y abunde la paz..."
El nacimiento de Jesús, tan rodeado de un exceso de sentimientos y de dulzor en nuestra fiesta tradicional de Navidad, vuelve a revelar en la Epifanía su fuerza salvífica, que es la Buena Nueva (¡el evangelio!) de estas fiestas. Dios no se hizo humano para asombrarnos con un gesto extraordinario, sino para compartir nuestra miseria y liberarla de su radical limitación, ofreciéndonos en la fragilidad de un recién nacido toda la fuerza de su misericordia salvadora. En Jesús Niño, Dios se pone del lado de los pobres e indefensos, de todos los que sufren injusticia y violencia. Por eso, la justicia y la paz son las características de los tiempos del Mesías, inaugurados por ese recién nacido que duerme sereno en una pesebrera, pobre entre los pobres.
Esta Buena Nueva es para toda la humanidad, representada en los magos que vienen de lejanas tierras a adorar al Niño. Ningún pueblo de la Tierra queda excluido del influjo del Mesías. La injusticia y la violencia que en tantos lugares del mundo siguen enlutando el proyecto salvífico de Dios, desafía hoy, una vez más, nuestro compromiso de cristianos y los valores sobre los que construimos la sociedad.
CONALI
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