Jesús había fracasado como misionero también en Galilea, su Patria. Sus numerosos milagros convirtieron a pocos. Muchos de sus paisanos preferían la riqueza que producían los cerdos a la sanación de las personas. Cuando comieron hasta saciarse, querían hacerlo rey porque creían solucionado para siempre un problema existencial: con semejante soberano, el pan ya no sería fruto del sudor de la frente.
A pesar del fracaso, Jesús dio gracias: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y la Tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, las has revelado a los pequeños", la gente sencilla que no conoce falsedad, de corazón grande sin ánimo de complicar las cosas porque no vive atada a lo material, limpia de corazón y disponible.
Los sabios y prudentes eran en su época los que interpretaban la Ley, como los escribas y los fariseos, los que manejaban al pueblo, como las familias del poder que se aliaban con los romanos... Estas personas no podían entender a Jesús.
"Carguen sobre ustedes mi yugo" y no la serie insoportable de seiscientos cuarenta y tres preceptos que los sabios y prudentes les imponen. Más insoportable era su interpretación sobre las purificaciones, las ofrendas, los sacrificios y el Sábado. Jesús se compadece de los que sufrían ese yugo.
Los "afligidos y agobiados" trataban de cumplir lo que les imponían: leyes y obligaciones que ellos mismos no podían soportar ni cumplían. Así atormentaban las conciencias y dominaban sobre los que se sentían culpables. Jesús quería ser un alivio para todos. Pero este alivio era a su vez, un yugo, mucho más ligero, porque era el yugo del amor, y el mismo Jesús lo llevaba como ningún otro.
La carga del amor es liviana. Es peso porque te exige. Echarse encima los pesos de los otros compromete y, a veces, tritura. Sin embargo, el peso se torna liviano, porque te regala
una energía inmensa, más fuerte que la muerte, te hace feliz.
"Vengan a mí" que les quito ese yugo y pongo sobre sus hombros el yugo liberador del amor. Una invitación simple. Es cuestión de sencillez y de dejarse conquistar por Jesús.
"Porque mi yugo es suave y mi carga liviana" (Mateo 11,30).
P. Aderico Dolzani, ssp. Eduardo Carreño C.
Comunicaciones
Evangelii Gaudium
La alegría del evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (Juan 16,22).
Los males de nuestro mundo -y los de la Iglesia- no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor.
Mirémoslos como desafíos para crecer.
Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad. (EG 80).
Eduardo Carreño C.
Comunicaciones
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