La primera generación cristiana creía que Jesús resucitado iba a retornar glorioso en la noche Pascual. Lo cierto es que Jesús resucitado había vuelto a encontrarse con sus discípulos el primer día de la semana, el domingo. E hizo lo mismo a los ocho días (evangelio). Con el paso del tiempo, las comunidades ya no lo esperaban glorioso. Pero con la misma fe se disponían a reconocerlo en el banquete eucarístico, en la santa Misa del domingo. Y eso lo creemos todos los cristianos hasta el día de hoy: Cristo resucitado viene a la Iglesia no en gloria todavía, pero sí en el Sacramento.
Tomás representa a los que no creen esto. Se parece al hombre moderno que pone condiciones para creer: Si no veo, si no toco... Ver para creer. Ignoraba que el camino de la fe es precisamente confiar sin ver y sin tocar.
Pero Tomas superó su incredulidad. Si Tomás fue capaz de creer, fue sin duda por la gran misericordia de Dios. Esta página del evangelio está llena de esa divina misericordia. Con la misericordia de Dios, con la que contamos todos, se inicia el camino de la fe. Pues ésta es siempre un don. Tambien la superó porque se reintegró a la comunidad que había dejado. Es dificil creer si se está solo. La Iglesia es esa comunidad que nos permite creer en la resurrección del Señor.
Y el Apóstol tiene una intuición maravillosa. Se da cuenta que ya es imposible reconocer a Cristo como antes, mirando su rostro. Después de su muerte, después de su cruz, se reconoce al Resucitado por sus heridas. Tocar sus llagas. ¿Por qué?. Porque las heridas son las que nos están diciendo hasta qué punto él ha sido capaz de amar. Y sólo se puede creer a quien verdaderamente nos ha amado. Cuando nos damos cuenta del inmenso amor de Dios, no podemos dejar de decir: Señor mío y Dios mío.
Comisión Nacional de Liturgia / ecc.
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