2° Domingo de Cuaresma
Jesús invita a sus discípulos más íntimos a subir a una montaña alta a rezar. La oración es parte de su vida diaria, por eso, los discípulos no se maravillan de la propuesta y suben juntos a la cumbre. Pero, después de la experiencia, les queda claro que, cuando Jesús invita a seguirlo, es porque nos está dando la oportunidad de ser testigos de las maravillas de Dios. Los evangelios narran otras invitaciones posteriores a Jesús, hasta la despedida antes de la la Ascensión, en que los invita a predicar el reino por todo el mundo.
Jesús, especialmente a través de su palabra y de los sacramentos en la comunidad, pero también por medio de la oración y la meditación personal, quiere transfigurar nuestra vida. Él nos guía para descubrir la presencia de Dios en nosotros y nos llama a ser sus testigos en este mundo de contradicciones y problemas.
Esta experiencia espiritual intensa mareó a Pedro, que le dijo a Jesús: "Señor, ¡que bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, levantaré tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Jesús ni toma en consideración esta propuesta.
Como Pedro, soñamos con hermosos templos y nos preocupamos por construir grandes iglesias. Pero el Señor prefiere estar entre nosotros, en el corazón de todos los hombres, en nuestra familia, en nuestra comunidad, junto a los niños, los trabajadores, los religiosos, los sacerdotes, los laicos, y, con gran privilegio, donde la calidez del amor cristiano está viva.
"No se lo digan a nadie", les pidió; sin embargo la experiencia de oración y transfiguración en la montaña no se borró jamás. Quedó siempre muy viva en ellos, y con ella la presencia del Señor Resucitado.
La Palabra, la oración y la meditación son los medios con los que el Señor nos quiere transfigurar. Es una invitación que no decepciona nunca. Hoy también nos invita y, seguramente, no nos decepcionará.
Se transfiguró en presencia de ellos (Mateo 17, 2)
P. Aderico Dolzani, ssp.
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