sábado, 23 de febrero de 2013

Transfigurarse es cambiar interiormente

Segundo Domingo de Cuaresma
Mientras rezaba, el rostro de Jesús cambio de aspecto. Los Apóstoles descubrieron otro Señor, el de la gloria y del triunfo. Su fe se vio robustecida, el testimonio de la voz afianzó su confianza de que con ellos estaba el Mesías.
Hay un antes y un después de la transfiguración en la vida de los cuatro Apóstoles elegidos por Jesús. se dio en ellos un gran cambio interior, fruto de haber contemplado al Señor.
Creo que todos hemos hecho la experiencia, al menos una vez, de sentirnos llamados a un cambio interior profundo en nuestra vida. Quizás, en un momento de oración, en ocasión de una fiesta, al inicio de una nueva etapa de la vida, en el momento de recibir un sacramento como la primera comunión o el matrimonio o el nacimiento de un hijo. Fue el momento en que hemos sido llamados a transfigurarnos  a no tener miedo de cambiar y dejar que Dios nos transforme, a no dormirnos en lo que somos para salir de nuestra carpa, segura pero angosta, y subirnos a lo desconocido.
Pero no es un cambio irreal, un salto al vacío, sino real y muy anclado en lo que somos. Si Cristo no transforma nuestro trabajo diario, la fatiga cotidiana puede volverse un martirio; si el amor de una pareja no es transfigurado en una donación total y definitiva, puede caer en la rutina de la cual se quiere escapar con las recetas de las revistas faranduleras; si la amistad no es transfigurada por la lealtad en los momentos de crisis, termina siendo una relación de conveniencia; si la actividad política no es transfigurada por una búsqueda de la justicia y del bien común, termina por convertirse en un corrupto juego de intereses, si los bienes económicos no son transfigurados por la solidaridad y la generosidad, terminan en la vanidad y la ostentación.
Cuando nos exponemos a la luz de Cristo, cuando escuchamos su palabra, cuando comenzamos a caminar como él quiere, todo cambia, y también para nosotros habrá un antes y un después de nuestra transfiguración personal. 
"Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto"  (Lc 9, 29)
P. Aderico Dolzani, ssp. 

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