domingo, 11 de noviembre de 2012

El Corazón hace la diferencia

Los ritos eran muy importantes en los tiempos de Jesús para expresar la alianza de Israel con Dios y con la cultura de su época. Lavarse las manos, concurrir de cierta manera al Templo, las peregrinaciones a Jerusalén, las fiestas, etc. Los católicos también tenemos nuestros ritos dominicales, un poco venidos a menos, oraciones, devociones, novenas...
Hoy la sociedad tiene sus ritos y los dueños de este mundo buscan que todos practiquemos con fervor. Los súper, híper y mega mercados convocan gente, generan ritos y liturgias, transmiten la cultura del tercer milenio. A través de las diferentes naciones y lenguas, es impresionante constatar cuánto se asemejan estos ritos y liturgias, no sólo por las omnipresentes marcas mundiales, sino también por la similitud de las actitudes de la gente.
Los medios de comunicación también generan ritos y liturgias. Telenovelas y series condicionan muchas reuniones familiares y hasta devociones religiosas. La televisión puede más que la comunicación interpersonal cuando preside la mesa familiar. Y ni que hablar de los portátiles con los que andamos enchufados en el rito de la perenne comunicación.
A veces, podemos creer, como los judíos del tiempo de Jesús, que el bien y el mal dependen de la observancia de algunos ritos. O que el bien y el mal pasan por tener televisión o ir a ciertos lugares o mantenerse alejados, o tener en las manos lo último en celulares y tablets.
Frente a todos los ritos, religiosos y humanos. Jesús nos aclara que el mal sólo puede brotar del corazón. Y que hasta los ritos más santos pueden estar contaminados por un corazón no puro, y que las malas intenciones pueden torcer hasta el mejor cerebro.
Como ejemplo, nos pone la diferencia entre la limosna de unos pocos centavos de una pobre viuda y los grandes billetes de un rico frecuentador del Templo. Y la diferencia no está en el monto. Entre los ritos y la conciencia, todo depende del corazón, palabra de Jesús.
"Jesús miraba cómo la gente depositaba su limosna" (Mc 12, 41).

P. Aderico Dolzani, ssp

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