Jesús se acercaba a Jerusalén y no perdía oportunidad para explicar a sus discípulos la proximidad de su pasión y de su muerte. Pero sus amigos no llegaban a comprender ese mensaje, porque estaban ciegos, imaginándose cómo ocupar, uno más que el otro, un lugar importante en el nuevo Reino que Jesús anunciaba. La ambición los había enceguecido completamente.
En su viaje a Jerusalén, Jesús se encuentra con escribas, fariseos y con aquellos que querían hacerlo desaparecer, tendiéndole trampas y tentaciones. ¿Caminaba entre ciegos? Jesús caminaba entre ciegos del alma, pero que veían materialmente.
Pero un día se cruzó con un ciego de verdad, una persona muy necesitada pero que lo reconoció como Mesías. El único que, en ese momento, lo veía como al Salvador.
Quien puede ver más allá de las apariencias nunca es ciego, porque ve lo que pocos son capaces de ver, mientras que muchos que creen ver, en realidad, caminan por esta vida como ciegos.
Muchas veces sucede que ve más el ignorante que el instruido. Que obra mas cristianamente el que sabe poco catecismo que nosotros que sabemos responder a tantas preguntas. La vida suele darnos estas lecciones que nos hace reflexionar y derrumban nuestras certezas de personas que creen saber ver y juzgar.
Cuando experimentemos que somos como ciego que no vemos más allá de las apariencias, que vivimos auto justificándonos y que no somos capaces de ver el interior del propio corazón, demos gracias a Dios, porque si en ese momento de nuestro corazón brota una oración pidiendo al Señor la luz, es que ya hemos comenzado a ver.
"Maestro, que yo pueda ver"
P. Aderico Dolzani, ssp
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