Es otoño, pero en Cristo hoy comienza una nueva primavera.
"Como niños recién nacidos" iniciamos nuestra nueva vida con la alegría pascual, cuando en muchos sitios del país, se vive hoy la fiesta de Cuasimodo y, a la vez, con la Iglesia universal, el domingo de la Divina Misericordia, que en este año toma un realce especial dado que el santo padre Francisco nos invita a todos y todas a hacer de este año el "Año de la Misericordia". En Cristo tenemos la certeza de que la muerte no es la última palabra pronunciada sobre nuestra vida. Tenemos una nueva vida que transforma todo nuestro pensamiento y nuestra acción. Ya no podemos vivir desalentados prodigando dolor y desesperanza. Hoy la vida toma un color diferente que nos hace vivir con intensidad la novedad. Por fin, liberados de la angustia y el miedo, podemos vivir como familia de Dios esta certeza esperanzada..., sin embargo, estamos más inclinados a seguir buscando las huellas de los clavos y de la lanza, que aceptar el testimonio valiente de quienes se alegraron con el Resucitado. Pareciera que Jesús tiene más esperanza en nosotros que la que le tenemos, pues nos sigue mostrando los signos de la resurrección que nuestros corazones tardíos en creer siguen vacilando y se obstinan en el miedo.
Al contacto con Jesús el discípulo disipa sus dudas, se abre a la fe y se le proclama una nueva Bienaventuranza: para los que sin haber visto y tocado, han creído. Lo hemos visto con los ojos de la fe, y hemos tocado no sólo su costado, sino incluso que con "su sombra" ya hemos recibido el don de su Gracia en cada sacramento de su amor.
Saludo: ¡Qué desafío más grande!: ¡creer de verdad! Si fuese así, ¿seguiría preso de insignificantes contrariedades? Muchas veces en nuestra vida cotidiana, nos sumergimos en mediocridades. Y es que muchas veces, hemos intelectualizado la resurrección de Jesús, pero nuestro corazón está hundido en criterios mundanos. Hemos de pasar del cerebro al corazón: "dichosos los que creen sin haber visto".
Papa Francisco: En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y lo que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo Resucitado. Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer dia de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, no estaba. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos: Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero se arrodilló delante de Jesús y dijo: "Señor mío y Dios mío". En el cuerpo de Cristo resucitado las llagas permanecen, porque son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: "Sus heridas nos han curado".
Primera lectura: Hech 5, 12 - 16
San Lucas relata los primeros prodigios de las comunidades cristianas... y sobre cómo crecían en número y estima por parte de todos.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
Salmo responsorial:
R/. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!
Segunda lectura: Apoc 1, 9 - 13. 17 - 19
La revelación recibida por Juan, reafirma su fe en Jesús, describiendo además, cuanto está pasando y sucederá en el futuro.
Lectura del libro del Apocalipsis.
Aleluya, "Ahora crees, Tomás, porque me has visto. ¡Felices los que creen son haber visto"! dice el Señor. Aleluya.
Evangelio: Jn 20, 19 - 31
Al aparecerse a los discípulos encerrados en el Cenáculo, por miedo a sus perseguidores, Jesús se muestra resucitado, confirmándolos en su fe y dándoles el ánimo para salir de sí mismos.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!" Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí. Yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Él les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomás respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Esos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.
Jesucristo Resucitado, para hallarte hay un lugar privilegiado, tu Iglesia. Fuera de ella no te encontró Tomás. Sin haberte visto -pero si te siento vivo, vivificante y amigo cercano- te digo con Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! En la confesión pascual de mi fe en tu victoria sobre el pecado y la muerte.
El Domingo día del Señor
Evangelio 2016 - Jubileo Extraordinario de la Misericordia Papa Francisco
La Liturgia Cotidiana
Eduardo Carreño C. - Comunicaciones - Parroquia San Gregorio.




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