sábado, 27 de febrero de 2016

El Domingo día del Señor
3° Domingo del Cuaresma

Llamados a dar frutos
La Cuaresma que estamos viviendo es un camino de conversión, y la Palabra del Señor de este domingo es un apremiante llamado a mirar con sinceridad nuestra vida personal y eclesial para ir entrando -cada vez más- en la mirada de Dios que nos pregunta por los frutos que estamos dando.

La parábola de la higuera que no daba frutos, nos pone ante el carácter urgente que tiene la llamada a conversión y ante la esperanza que Dios tiene: que cambiemos nuestra vida y demos fruto. Una atenta mirada a la propia vida y una decidida confrontación con la palabra del Señor Jesús es la que nos va mostrando los cambios necesarios para ir sintonizando cada vez más con el plan de Dios.


Dios espera nuestros frutos
Dios espera los frutos que brotan de una fe viva y renovada, los frutos de una sincera búsqueda de mayor justicia, de una caridad activa que manifieste el amor de Dios, de una solidaridad generosa que sale al encuentro de las necesidades de los pobres y sufrientes. Dios espera los frutos de una Iglesia que sea testigo convincente de su evangelio en estos tiempos complejos.

La alegría de una vida fecunda 
Ante la pregunta por los frutos que faltan en nuestra vida y los cambios urgentes, no sirven los "quizás, algún día", o "más adelante, podría ser", o "en el futuro, lo veremos", etcétera... ¡hoy es el tiempo de la conversión, hoy es el tiempo de dar los frutos que Dios espera de nosotros! Lo que está en juego es el gozo que el Padre Dios quiere para todos sus hijos: la alegría de una vida fecunda.

Ambientación
La Cuaresma es nuestro camino para volver a Dios con todo el corazón y con una fe viva que se manifiesta en nuestra manera de vivir, como discípulos del Señor Jesús. Hoy día el Señor viene a decirnos que espera nuestra conversión para que nuestra vida sea fecunda y podamos dar los frutos que él espera de nosotros, en lugar de vivir la frustración de una vida inútil. Nuestra conversión es, pues, un asunto de vida o muerte: allí se juega nuestra felicidad. En esta celebración acojamos al Señor Jesús que nos llama a una vida fecunda en los frutos que él quiere producir en su Iglesia. 

Papa Francisco: Con sus invitaciones a la conversión, la Cuaresma viene providencialmente a despertarnos, a sacudirnos del sopor, del riesgo de seguir adelante por inercia. La exhortación que el Señor nos dirige por medio del profeta Joel es fuerte y clara: "Conviértanse a mí de todo corazón" (Joel 2,12). ¿Por qué debemos volver a Dios? Porque algo no está bien en nosotros, no está bien en la sociedad, en la Iglesia, y necesitamos cambiar, dar un viraje. Y esto se llama tener necesidad de convertirnos. Una vez más la Cuaresma nos dirige su llamamiento profético, para recordarnos que es posible realizar algo nuevo en nosotros mismos y a nuestro alrededor, sencillamente porque Dios es fiel, es siempre fiel, porque no puede negarse a sí mismo, sigue siendo rico en bondad y misericordia, y está siempre dispuesto a perdonar y recomenzar de nuevo. Con esa confianza filial, pongámonos en camino. 

Primera lectura: Éx 3,1-8. 10. 13 - 15
Dios se aparece a Moisés en una zarza ardiente, revelándose su nombre y confiándole la misión de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto.
Lectura del libro del Éxodo. 

Salmo: 102, 1-4. 6-8. 11
El Señor es bondadoso y compasivo

Segunda lectura: 1Cor 10, 1-6. 10 - 12
Pablo nos recuerda a Israel en el desierto, como todos fueron llamados a ser liberados pero, por sus pecados, muchos perecieron antes de llegar a la tierra prometida.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Aclamación
"Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca", dice el Señor. 

Evangelio: Lc 13, 1-9
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió; “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de misma manera”. Les dijo también esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: “Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?’. Pero él respondió: “Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás”.
Palabra del Señor. 

Si no hacen penitencia, perecerán todos.
Hablar de penitencia hoy no está, por cierto, de moda; se arriesga a utilizar un lenguaje, no sólo duro sino incomprensible. Y entonces ¿cómo se podrá comprender y acoger la invitación de Jesús?
Penitencia es una expresión que corresponde a un vocablo griego que significa: «convertirse, cambiar de vida», y más exactamente «cambiar de mentalidad».
Esto requiere, en primer lugar, un análisis interior seguro y, al mismo tiempo, sereno, a través del cual yo llego a un conocimiento crítico de mí mismo, capto todos los aspectos de mi personalidad interior y puedo lograr un juicio objetivo de mí mismo.
Esto es lo que significa, en primer lugar, el término penitencia.
Hecho este discernimiento interior, debo pasar a una elección clara y concisa: ponerme al lado del bien que entreveo como una realidad presente, aunque un poco oculta, mortificada, tenebrosa, y ponerme en contra del mal que amenaza invadir y ocupar toda mi vida.
Discernir, escoger y hacer: he aquí el tercer paso indispensable para poner en acto una actitud penitencial integral y completa. El que ve y no actúa pierde el tiempo; el que analiza y no pone en acto la terapia es un auto ilusionista; el que llega a un diagnóstico, aunque sea el más perfecto posible, y no trata de enmendarse, se toma el pelo él mismo.
Vista de este modo –para mí- la penitencia evangélica se revela actual, porque todos tenemos necesidad de recuperar el tiempo perdido y caminar por la senda de la realización personal, por el camino de una continua humanización.

Cristo, tu solicitud por mi salvación, por mi felicidad, no tiene medida. Tampoco la tiene mi despreocupación. Si otros hubieran recibido de ti tantos beneficios, te serían fieles. ¡Conviérteme, Señor, y me convertiré a ti! No quiero perecer y estar lejos de ti, sin vida, sin fe, sin tu amistad! 


El Domingo, día del Señor. - Liturgia Cotidiana
Experiencia de Oración en el Evangelio de Lucas - Carlo Ghidelli
Eduardo Carreño C. – Equipo de Formación Parroquial - Parroquia San Gregorio.
















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