Todo el mundo necesita quien le guíe. Sin un buen guía, sin alguien que enseñe, es muy difícil salir adelante, especialmente si se es joven. Sobre esto, nuestra sociedad tiene una conciencia muy clara.
Pero enseñar es más que instruir o capacitar. El ser humano necesita no sólo alguien que le capacite para hacer algo, para tener una profesión, sino Alguien que se constituya en un verdadero maestro de la vida, junto al cual no se aprende una "materia", sino el mismo arte de vivir. Jesús es ese maestro, el único que tiene la Iglesia, cuya vocación es mostrarlo al mundo. Y eso porque "Fuera de Cristo no sabemos ni quién es Dios ni quienes somos nosotros" (Pascal).
Como maestro, Jesús es muy singular. No tenía un lugar preestablecido para dar su lección. Más bien, invitaba a sus discípulos a ir con él por los caminos y recorrer las aldeas y ciudades para salir al encuentro de la vida, tal como ella acontece. Era además, un maestro amigo. Él mismo buscaba a sus discípulos, y los invitaba para estar con él. Pero una de las características fundamentales de Jesús -tal como veremos en el evangelio de este domingo- era que "enseñaba con autoridad". Y eso causaba admiración. Ahora bien, ¿que significa eso en Jesús? La recta autoridad es la cualidad de quien pretende hacer crecer al otro. La gente percibía en Jesús el modo desinteresado con el que enseñaba. Él no imponía su parecer y -menos aún- no intentaba ejercer un dominio sobre los otros. La autoridad que vemos en Jesús es humilde, sencilla, y por eso, eficaz.
Se dice que hoy vivimos en una crisis de autoridad. Es posible que ésta no se deba tanto a que hoy cuesta más seguir las directrices de la autoridad, sino a que ésta no ha buscado el bien de los demás. Razón de más para volver a mirar a Jesús.
Comisión Nacional de Liturgia. Eduardo Carreño C.
CONALI Comunicaciones
Parroquia San Gregorio.
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