domingo, 2 de noviembre de 2014

Cielos nuevos y Tierra nueva

Este año la conmemoración de todos los fieles difuntos coincide con el domingo. No es separarnos de la celebración del Señor el recordar a los difuntos. Cierto que a veces hay quienes, tanto al celebrar a los santos como al orar por los difuntos, tiene poco clara la relación de ello con el misterio de Cristo. Todos los santos, a quienes celebramos, y los fieles difuntos, son nuestra familia: aquellos hermanos nuestros que ya llegaron a la situación hacia la que nosotros caminamos. A diferencia del sentido vivido en los funerales de seres queridos  recientemente fallecidos, hoy hemos de pensar en todos los fieles difuntos, en la gran familia de la Iglesia del más allá.

Un hecho, un objeto, una palabra, hasta un perfume o sensación, pueden hacernos volver a la memoria y al corazón un ser querido y también las cosas buenas y las no tan buenas que experimentamos junto a esa persona que ya no está con nosotros.

Hoy recordamos ante el señor, a nuestros hermanos que nos precedieron en la vida, en la fe y la esperanza cristiana. Constatamos la importancia de dejar un buen recuerdo de nuestro paso por este mundo. Este buen recuerdo no perecerá con nosotros, sino que nos sobrevivirá, como el que cree en el Cristo resucitado, vivirá eternamente.

Jesús resucitado está vivo por medio de su espíritu en las comunidades. Porque ha resucitado se hace presente en cada Eucaristía y en la vida de todos los que creen en él. También en nosotros.
"¿Por que buscan entre los muertos al que está vivo?"  (Lc 24,6).  

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